sábado, 8 de enero de 2011

AMANTES SIN BARAJA III

EL CURSI

Y yo desperté llorando esta mañana / Cuando en el lecho me volví a tu lado/ Y tú ya no estabas.
Rodrigo Miranda C.

Aprendí a amarte entre las cáscaras de la papa y la salsa de tomate en los dedos, aprendí a quererte en el inmenso placer de la comida y degustarte en cada gota que se derramaba en los platos y en las copas y el vino que bebías de mi pecho…
Aprendí a amarte luego en la cama, en la enfermedad de la costumbre, en la necesidad de la rutina, en los desayunos fríos y la carne escarchada, en el polvo matutino de las cosas que ya solo sabían enunciar tu nombre, en el agotamiento de los recibos, en la letra pequeña de las facturas y en los descuidos hogareños.
Aprendí a amarte luego en la ausencia, en el abandono por la casa, en tres objetos olvidados y los viejos discos. En la guitarra ya sin cuerdas, en la losa sucia de la cocina, en la camisa que olvidaste en el armario y en las cartas que ya no llegaban.
Y te olvide de pronto un día, en que nos vimos en la calle, y ya no eras el mismo, venías con una cara de hombre de negocios, con tus horarios y tus relojes y tu dinero, y ya habías relegado las recetas y las salsas. Te amé hasta ese día en que te vi caminado hacia mí, envenenando tu recuerdo.  

AMANTES SIN BARAJA II

DESAPARICIONES

Bebíamos champaña de tus pequeños pechos mientras nos lamían sin pudor los perros y te poseíamos con mis primos debajo de la cama y seguías recitando el “rin rin renacuajo” en tu parte favorita, las canciones infantiles se te agotaron pronto y en la calle encontraste camas adornadas con billetes, y aprendiste trucos de la noche y supiste como retar a dios en tus menjurges. Los manjares se fueron extinguiendo en las soledades de la noche, la ausencia de los cuerpos te fue marcando la hora en los espejos, detrás de tus arrugas ya no veías dinero y la enfermedad en tus entrañas te fue pudriendo hasta el recuerdo de esas horas bellas en las que éramos niños y corríamos entre los cafetales de la abuela a robarte la inocencia que te habían escondido entre las piernas.  

I. AMANTES SIN BARAJA “o cuando fuimos a un espectáculo de lucha libre y al salir comprendí que te amaba, y en fin, tantas otras cosas que suceden...” x-504

El PRIMERO

Cuando te vestías de mujer e imitabas a tu madre y yo te hacía un estudio fotográfico, husmeando en las humedades de la pared y tu vestido, cuando nos deshacíamos de tu reloj y las teclas del piano que amabas mas que a mis caderas y yo te saltaba encima, para que dijeras mi nombre letra a letra sin equivocarte y nos queríamos en los mediodías del invierno, con jazz vibrando en el techo y el agua de la piscina congelada y empezamos con malabares huérfanos a escribirnos en la piel, y nos descubrimos en la mitad de un escenario, corriendo con ropa interior amarilla calcinada por el tiempo, y en la calle indefensos ante la lluvia y los edificios… cuando veíamos al saxofonista ciego de la avenida séptima que era pintado por un viejo que a la vez era contado por nosotros en las historias del sueño, y cuando se acabaron las vacaciones y tuve que volver a casa, con las maletas rotas, con la sensación de que el antiguo vestido se quedaría en el armario y que el rollo de fotos lo guardaríamos en un cofre para no verlo nunca, para no revelar los secretos, de nosotros que nos quisimos desde niños, en los juegos del parque y los regaños de tu madre y cuando nos prendieron los piojos y nos bañábamos en shampoo para darnos besos en los dedos sin que lo notara tu hermano mayor y de cómo hoy… nos escribimos a veces con esa solemnidad de los viejos que no somos, y como nos extrañamos cuando encendemos la televisión y no hay quien nos haga muecas y nos escupa leche con galletas en la cara.